EL PUENTE DE TRIANA


La construcción de un puente sobre el río Guadalquivir no ha sido una empresa fácil a lo largo de la historia, y como prueba de esta dificultad, se encuentra el hecho de que hasta el siglo XIX nadie ha completado la construcción de un puente a lo largo de la rivera del río comprendida entre Córdoba y Sanlúcar de Barrameda.


A la altura de la ciudad de Sevilla, los romanos desecharon la idea de unir las dos orillas mediante la construcción de un puente estable, posiblemente por problemas de cimentación de las tierras próximas al río, que eran demasiado blandas y arenosas. Los árabes optaron por la solución de un puente de carácter no permanente, y así en el año 1171, bajo gobierno del califa almohade Abu Yacub Yusuf, se construyó el denominado puente de Barcas, que constaba de trece barcas amarradas con cadenas sobre las que se apoyaban fuertes tablones de madera.


Su emplazamiento coincidía con el del actual Puente de Isabel II, El Castillo, en el lado de Triana y a la altura de la puerta de la muralla, en el lado de la ciudad; solo en 1845 cuando se iniciaron las obras de construcción del actual puente de Isabel II, se trasladó su emplazamiento a la zona frente a la Plaza de toros de la Real Maestranza.


Este puente se mantendría tras la conquista cristiana de la ciudad y perduró hasta la construcción del de Triana. Las abundantes crecidas y el fuerte tránsito existente entre las zonas de Triana y Sevilla, hacían necesario un constante mantenimiento de este puente de barcas. En tiempos de Felipe II se dictaron profusas Ordenanzas municipales acerca de su mantenimiento, entre otras, advertían la prohibición de amarrar barcos al mismo.

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